martes, 26 de abril de 2016

LA PREHISTORIA Y SUS PERIODOS.
La prehistoria del ser humano se suele dividir en paleolítico, mesolítico y neolítico.

PALEOLITICO.
El uso de piedras labradas dio el nombre de Paleolítico "piedra antigua"

Es un periodo va del 800.000 al 10.000 a.c , se producen de cambios climáticos continuos, se van alternando los periodos de glaciación y los interglaciares (entre 2 glaciaciones)

Su economía se basaba en la Apropiación o Recolección (frutos, semillas, hojas, raíces, moluscos marinos, huevos, miel, gusanos); caza (la piel para protegerse del frio y crear chozas, huesos para tallar armas y que implico trabajo en grupos),  pesca, y animales muertos.

El hombre paleolítico era nómada y trashumante o sea no tiene sitio fijo y se desplaza buscando su alimento.
En este periodo se produce la evolución a partir de los simios catirrinos, los homínidos que dan paso a los Australopithecus, el Homo Habilis, el Homo Erectus (homo ergaster; Sinantropus (China) y Pitecantropus (Indonesia)), Homo heidelbergensis; Homo neanderthalensis,  el Homo Sapiens; homo sapiens sapiens
Desarrollaron herramientas y armas de hueso, marfil y piedras y madera.

Al inicio viven a la intemperie luego Vivian en cavernas (encontradas en los cerros o salientes de rocas), después algunos en chozas hechas ramas y pieles de animales.

En un principio no usaban vestido porque el pelo que cubría su cuerpo los protegía del frío; pero al aumentar el frío utilizaron las pieles de los animales.

Fabricaron armas y herramientas: Como hachas; puntas de lanza y flecha; raspadores para curtir pieles; punzones para perforar, redes de pesca (hechas de fibra de plantas; dardos; arpones y agujas de huesos; cuerdas de intestinos de animales y tendones. Materiales usados para sus armas y herramientas: La piedra madera, las astas de animales, los dientes, los colmillos y huesos.

-Invención del arte rupestre y mobilar que se refleja en grabados en cuevas, expresión artística (Altamira o Lascaux). Eran dibujos hechos en las paredes de sus cuevas, donde representan solo animales u hombres cazando animales. Emplearon polvo de carbón y tintes de vegetales mezclados con grasa de animal, sangre, resina; aplicándolos con las manos o pinceles de pelos de animales. Se supone que eran hechos por chamanes o hechiceros para asegurar la caza

Descubrimiento del fuego que se tomo de incendios naturales y luego lo producirán golpeando dos piedras de sílex; servirá para cocer los alimentos, ahuyentar a las fieras, calentarse, desarrollar su sentido de grupo y lenguaje, ganar tiempo a la noches, crear puntas de madera al quemar y pulir.
Se agrupan en bandas (unas o más familias) hordas (familias unidas por necesidades de alimentos, defensa de las dieras, etc.), clanes (familia unidas por ser descendientes de un antepasado común o tótem.

Creen que pueden controlar la naturaleza valiéndose de la magia y apelan con ritos sobrenaturales desarrollados por magos o hechiceros que son intermediarios entre las comunidades y los dioses. El animismo o  creencia en que los animales u objetos inanimados  actúan mediante espíritus los que les proporcionan poder y esto genera el politeísmo o creencia en varios dioses.

El lenguaje surge como una necesidad cultural y utilitaria de cooperación para obtener un bien común.

Existen megafauna que se define como los grandes mamíferos que vivieron, hace aproximadamente entre 20.000 a 8.000 años antes del presente y el mamut, el mastodonte, el perezoso gigante, el armadillo parecido al gliptodonte, el camello, el caballo, el tigre de sable, el bisonte y el lobo.


MESOLITICO O TRANSICION.
Se desarrollo entre el  10.000 al 5.000 ac, se dan grandes cambios de temperatura y los deshielos llevan al aumento del nivel de los océanos, se practica el sedentarismo estacional debido a que observan que donde han estado brotan las semillas que consumían por lo cual regresan, comienzan a plantar semillas a pequeña escala u Horticultura que consiste en pequeñas cantidades para sobrevivir y desarrollan una economía de Subsistencia, lo cual no implico dejar la caza, pesca y recolección. Se aprecia una disminución de la movilidad que da lugar en algunas situaciones a hablar de poblaciones semi-permanente o seminomada.

Se produce un incremento de asentamientos al aire libre, posiblemente debido a la mejora de las condiciones climáticas y también porque las zonas que quedan libres de los glaciares no permiten la formación de cuevas. En la Europa meridional siguen siendo mayoritarios los asentamientos en cuevas, aunque aumenta el número de asentamientos al aire libre.

NEOLITICO O PIEDRA NUEVA

Abarcó aproximadamente desde el año 6 mil hasta el año 3 mil antes de nuestra era.
Se desarrollo la agricultura que implico conocer de tipo de suelos, escoger que plantas, semillas, formas de reproducción de las plantas, tiempo de cosechas, irrigación, observar tiempos climáticos, inundaciones, como cosechar y proteger las semillas. La domesticación requirió observación de que obtener de los animales, forma de reproducción, tipo de alimentación, facilidad de domesticar, entre otras; el primer animal  domesticado fue el perro. Después siguieron otros animales para aprovechar sus productos o su trabajo, como las ovejas, cabras, cerdos, bueyes, asnos, caballos,…

Por lo anterior se habla de una economía de producción; se desarrollo la cestería para recolectar y conservar las semillas.

La agricultura implico manejo de tierras, cuidados de los cultivos, y la sedentarización aunque no implico dejar la caza, pesca y recolección.

El suministro constante de alimentos y la menor dependencia de la naturaleza permitieron el aumento de la población.

 El excedente de producción de algunos productos permitió la aparición del comercio, por medio del trueque, es decir, el intercambio de unos productos por otros.

Se genera organización grupal, y delegación de actividades, las mujeres cultivan, tejen y elaboran cerámicas y los hombres cazan, pescan, domestican y crean nuevas parcelas.

Los jefes se escogen de los ancianos.

En arte se desarrolla un arte abstracto en que se las formas son geométricas, las decoraciones de las vasijas, se pinta, se desarrollan rituales funerarios con decoraciones lineales, franjas, incisiones punteadas.


 EDAD DE LOS METALES

El uso de los metales nace en la Península de Anatolia a partir del 5.000 a.C. De allí se difunde a Mesopotamia y Egipto: carecen de yacimientos minerales y se inicia un comercio de metales a través del Mediterráneo, en busca de cobre y estaño. Este contacto permite la difusión de su conocimiento y permite el desarrollo cultural de los pueblos que comerciarán con los orientales.
El hombre necesitó de elementos fuertes y resistentes que le permitieran una mejor confección de sus utensilios y armas; ello lo encontró al emplear los metales desde aproximadamente, el año 4 000 a.c. Este nuevo momento en el discurrir de la humanidad toma, por ello, el nombre de edad de los metales que se divide en: Edad de Cobre, Edad de Bronce y Edad de Hierro.
  • Se descubre la posibilidad de fundir y dar forma a los metales, con lo cual nace la metalurgia.
  • El bronce y el hierro contribuyen al mejoramiento de las armas y las herramientas de trabajo, y por tanto comienzan a reemplazar a la piedra como material de construcción.
  • El mejoramiento de los instrumentos de trabajo trae consigo el progreso de las técnicas de agricultura.
  • El hombre de la Edad de los Metales empieza a dedicarse firmemente a la minería.
  • Se inventa la rueda.
  • Aparición de la ruta de los metales. Eran los caminos que el hombre abría en busca de encontrar cobre y estaño para fabricar el bronce.
  • Se inicia un gran intercambio comercial entre ciudades distantes, y este hecho provoca que el hombre desarrolle la navegación.

EDAD DE LOS METALES

Edad de cobre o calcolítico ( 4 000 -3 000a.c )

El hombre prehistórico aprendió a usar el cobre el cual era fácil de obtener debido a sus presencia en la superficie terrestre mezclado con otros minerales (el hombre aprende el proceso de la metalurgia, a través de la experimentación o de la casualidad ,caída de cobre al fuego ).Así construyo vasijas y arma cuyo uso combinaron con la piedra pulimentada
.

Edad de Bronce ( 3 000 - 1 500 a.c )

-El bronce es resultado de la aleación de cobre (90%) + estaño (10%) aproximadamente , obteniéndose un metal mas duro y resistente.
Edad de Hierro (1 500 a.c )

-La edad de Hierro es el estadio en el desarrollo de una civilización en el que se descubre y populariza el uso del hierro como material para fabricar armas y herramientas.
- En algunas sociedades antiguas, las tecnologías metalúrgicas necesarias para poder trabajar el hierro aparecieron de forma simultánea a otros cambios tecnológicos y culturales, incluyendo muchas veces cambios en la agricultura, las creencias religiosas y los estilos artísticos, aunque ese no ha sido siempre el caso.
-El hierro le permitió al hombre dominar mejor el medio ambiente y ampliar su horizonte cultural. Los hititas fueron los primeros en usar el hierro

 
Los primeros en trabajar el hierro en abundancia fueron los hititas, hacia el 1300 a.C., que lo exportaban a Egipto y a Asiria. En Grecia el hierro entró con los dorios hacia el 1200 a.C. En el resto de Europa alcanzó su máximo esplendor hacia el 450 a.C., con la cultura de La Tène.

El hierro era un metal mucho más duro y duradero que el bronce, pero también necesita unas temperaturas mucho mayores para su fundición, esto supuso un cambio tecnológico consistente en la generalización de la metalurgia para construir los utensilios de trabajo.

La edad de los metales convive con los primeros pasos de la historia: así mientras en Mesopotamia y el Creciente Fértil ya había manifestaciones escritas a Europa occidental estaban llegando las innovaciones neolíticas de la metalurgia: no debe olvidarse que la humanidad no ha pasado de una edad a otra en la misma época en todos los lugares, pues sus progresos no han seguido los mismos pasos en todas partes.



viernes, 15 de abril de 2016

AMADOR

 
AMADOR

Te recuerdo brevemente donde estamos. Queda claro que hay cosas que nos convienen
para vivir y otras no, pero no siempre está claro qué cosas son las que nos convienen.
Aunque no podamos elegir lo que nos pasa, podemos en cambio elegir lo que hacer frente a
lo que nos pasa. Modestia aparte, nuestro caso se parece más al de Héctor que al de las
beneméritas termitas... Cuando vamos a hacer algo, lo hacemos porque preferimos hacer
eso a hacer otra cosa, o porque preferimos hacerlo a no hacerlo. ¿Resulta entonces que
hacemos siempre lo que queremos? Hombre, no tanto. A veces las circunstancias nos
imponen elegir entre dos opciones que no hemos elegido: vamos, que hay ocasiones en que
elegimos aunque preferiríamos no tener que elegir. Uno de los primeros filósofos que se ocupó de estas cuestiones, Aristóteles, imaginó el siguiente ejemplo. Un barco lleva una importante carga de un puerto a otro. A medio trayecto, le sorprende una tremenda tempestad. Parece que la única forma de salvar el barco y la tripulación es arrojar por la borda el cargamento, que además de importante es pesado. El capitán del navío se plantea el problema siguiente: «¿Debo tirar la mercancía o arriesgarme a capear el temporal con ella en la bodega, esperando que el tiempo mejore o que la nave resista?» Desde luego, si arroja el cargamento lo hará porque prefiere hacer eso a afrontar el riesgo, pero sería injusto decir sin más que quiere tirarlo. Lo que de veras
quiere es llegar a puerto con su barco, su tripulación y su mercancía: eso es lo que más le
conviene. Sin embargo, dadas las borrascosas circunstancias, prefiere salvar su vida y la de
su tripulación a salvar la carga, por preciosa que sea. ¡Ojalá no se hubiera levantado la
maldita tormenta! Pero la tormenta no puede elegirla, es cosa que se le impone, cosa que le
pasa, quiera o no; lo que en cambio puede elegir es el comportamiento a seguir en el peligro
que le amenaza. Si tira el cargamento por la borda lo hace porque quiere... y a la vez sin
querer. Quiere vivir, salvarse y salvar a los hombres que dependen de él, salvar su barco;
pero no quisiera quedarse sin la carga ni el provecho que representa, por lo que no se
desprende de ella sino muy a regañadientes. Preferiría sin duda no verse en el trance de
tener que escoger entre la pérdida de sus bienes y la pérdida de su vida. Sin embargo, no
queda más remedio y debe decidirse: elegirá lo que quiera más, lo que crea más
conveniente. Podríamos decir que es libre porque no le queda otro remedio que serlo, libre
de optar en circunstancias que él no ha elegido padecer. Casi siempre que reflexionamos en situaciones difíciles o importantes sobre lo que vamos a hacer nos encontramos en una situación parecida a la de ese capitán de barco del que habla Aristóteles. Pero claro, no siempre las cosas se ponen tan feas. A veces las circunstancias son menos tormentosas y si me empeño en no ponerte más que ejemplos  con ciclón incorporado puedes rebelarte contra ellos, como hizo aquel aprendiz de aviador. Su profesor de vuelo le preguntó: «Va usted en un avión, se declara una tormenta y le
inutiliza a usted el motor. ¿Qué debe hacer?» Y el estudiante contesta: «Seguiré con el otro
motor.» «Bueno —dijo el profesor—, pero llega otra tormenta y le deja sin ese motor. ¿Cómo
se las arregla entonces?» «Pues seguiré con el otro motor.» «También se lo destruye una
tormenta. ¿Y entonces?» «Pues continúo con otro motor.» «Vamos a ver —profesor—, ¿se puede saber de dónde saca usted tantos motores?» Y el alumno, imperturbable: «Del mismo sitio del que saca usted tantas tormentas.» No, dejemos de lado el tormento de las tormentas. Veamos qué ocurre cuando hace buen tiempo. Por lo general, uno no se pasa la vida dando vueltas a lo que nos conviene o no nos conviene hacer. Afortunadamente no solemos estar tan achuchados por la vida como el capitán del dichoso barquito del que hemos hablado. Si vamos a ser sinceros, tendremos
que reconocer que la mayoría de nuestros actos los hacemos casi automáticamente, sin darle demasiadas vueltas al asunto. Recuerda conmigo, por favor lo que has hecho esta mañana. A una hora indecentemente temprana ha sonado el despertador y tú, en vez de estrellarlo contra la pared como te apetecía, has apagado la alarma. Te has quedado un ratito entre las sábanas, intentando aprovechar los últimos y preciosos minutos de comodidad horizontal. Después has pensado que se te estaba haciendo demasiado tarde y el autobús para el cole no espera, de modo que te has levantado con santa resignación. Ya sé que no te gusta demasiado lavarte los dientes pero como te insisto tanto para que lo hagas has acudido entre bostezos a la cita con el cepillo y la pasta. Te has duchado casi sin darte cuenta de lo que hacías, porque es algo que ya pertenece a la rutina de todas las mañanas. Luego te has bebido el café con leche y te has tomado la habitual tostada con mantequilla. Después, a la dura calle. Mientras ibas hacia la parada del autobús repasando mentalmente los problemas de matemáticas —¿no tenías hoy control?— has ido dando patadas distraídas a una lata vacía de coca-cola. Más tarde el autobús, el colegio, etc.
Francamente, no creo que cada uno de esos actos los hayas realizado tras angustiosas
meditaciones: «¿Me levanto o no me levanto? ¿Me ducho o no me ducho? ¡Desayunar o no
desayunar, ésa es la cuestión!» La zozobra del pobre capitán de barco a punto de zozobrar,
tratando de decidir a toda prisa si tiraba por la borda la carga o no, se parece poco a tus
soñolientas decisiones de esta mañana. Has actuado de manera casi instintiva, sin
plantearte muchos problemas. En el fondo resulta lo más cómodo y lo más eficaz, ¿no? A
veces darle demasiadas vueltas a lo que uno va a hacer nos paraliza. Es como cuando echas a andar: si te pones a mirarte los pies y a decir «ahora, el derecho; luego, el izquierdo, etc.», lo más seguro es que pegues un tropezón o que acabes parándote. Pero yo quisiera que ahora, retrospectivamente, te preguntaras lo que no te preguntaste esta mañana. Es decir: ¿por qué he hecho lo que hice?, ¿por qué ese gesto y no mejor el contrario, o quizá otro cualquiera? Supongo que esta encuesta te indignará un poco. ¡Vaya! ¿Que por qué tienes que levantarte a las siete y media, lavarte los dientes e ir al colegio? ¿Y yo te lo pregunto? ¡Pues precisamente porque yo me empeño en que lo hagas y te doy la lata de mil maneras, con amenazas y promesas, para obligarte! ¡Si te quedases en la cama menudo jaleo te montaría! Claro que algunos de los gestos reseñados como ducharte o desayunar, los realizas ya sin acordarte de mí, porque son cosas que siempre se hacen al levantarse, ¿no?, y que todo el mundo repite. Lo mismo que ponerse pantalones en lugar de ir en calzoncillos, por mucho que apriete el calor... En cuanto a lo de tomar el autobús, bueno, no tienes más remedio que hacerlo para llegar a tiempo, porque el colegio está demasiado lejos
como para ir andando y no soy tan espléndido para pagarte un taxi de ida y vuelta todos los días. ¿Y lo de pegarle patadas a la lata? Pues eso lo haces porque sí, porque te da la gana. Vamos a detallar entonces la serie de diferentes motivos que tienes para tus comportamientos matutinos. Ya sabes lo que es un «motivo» en el sentido que recibe la palabra en este contexto: es la razón que tienes o al menos crees tener para hacer algo, la explicación más aceptable de tu conducta cuando reflexionas un poco sobre ella. En una palabra: la mejor respuesta que se te ocurre a la pregunta «¿por qué hago eso?». Pues bien, uno de los tipos de motivación que reconoces es el de que yo te mando que hagas tal o cual cosa. A estos motivos les llamaremos órdenes. En otras ocasiones el motivo es que sueles hacer siempre ese mismo gesto y ya lo repites casi sin pensar, o también el ver que a tu alrededor todo el mundo se comporta así habitualmente: llamaremos costumbres a este juego de motivos. En otros casos —los puntapiés a la lata, por ejemplo— el motivo parece ser la ausencia de motivo, el que te apetece sin más, la pura gana. ¿Estás de acuerdo en que llamemos caprichos al porqué de estos comportamientos? Dejo de lado los motivos más crudamente funcionales, es decir los que te inducen a aquellos gestos que haces como puro y directo instrumento para conseguir algo: bajar la escalera para llegar a la calle en lugar de saltar por la ventana, coger el autobús para ir al cole, utilizar una taza para tomar tu café con leche, etc. Nos limitaremos a examinar los tres meros tipos de motivos, es decir las órdenes, las costumbres y los caprichos. Cada uno de esos motivos inclina tu conducta en una dirección
u otra, explica más o menos tu preferencia por hacer lo que haces frente a las otras muchas cosas que podrías hacer. La primera pregunta que se me ocurre plantear sobre ellos es: ¿de qué modo y con cuánta fuerza te obliga a actuar cada uno? Porque no todos tienen el mismo peso en cada ocasión. Levantarte para ir al colegio es más obligatorio que lavarte los dientes o ducharte y creo que bastante más que dar patadas a la lata de coca-cola; en cambio, ponerte pantalones o al menos calzoncillos por mucho calor que haga es tan obligatorio como ir al cole, ¿no? Lo que quiero decirte es que cada tipo de motivos tiene su propio peso y te condiciona a su modo. Las órdenes, por ejemplo, sacan su fuerza, en parte, del miedo que puedes tener a las terribles represalias que tomaré contra ti si no me obedeces; pero también, supongo, al afecto y la confianza que me tienes y que te lleva a pensar que lo que te mando es para protegerte y mejorarte o, como suele decirse con expresión que te hace torcer el gesto, por tu bien. También desde luego porque esperas algún tipo de recompensa si cumples como es debido: paga, regalos, etc. Las costumbres, en cambio, vienen más bien de la comodidad de seguir la rutina en ciertas ocasiones y también de tu interés de no contrariar a los otros, es decir de la presión de los demás.
También en las costumbres hay algo así como una obediencia a ciertos tipos de órdenes: piensa, por poner otro ejemplo, en las modas. ¡La cantidad de cazadoras, zapatillas, chapas,  etc., que tienes que ponerte porque entre tus amigos es costumbre llevarlas y tú no quieres desentonar!
Las órdenes y las costumbres tienen una cosa en común: parece que vienen de fuera, que se te imponen sin pedirte permiso. En cambio, los caprichos te salen de dentro, brotan espontáneamente sin que nadie te los mande ni a nadie en principio creas imitarlos. Yo supongo que si te pregunto que cuándo te sientes más libre, al cumplir órdenes, al seguir la costumbre o al hacer tu capricho, me dirás que eres más libre al hacer tu capricho, porque es una cosa más tuya y que no depende de nadie más que de ti. Claro que vete a saber: a lo mejor también el llamado capricho te apetece porque se lo imitas a alguien o quizá brota de una orden pero al revés, por ganas de llevar la contraria, unas ganas que no se te hubieran despertado a ti solo sin el mandato previo que desobedeces... En fin, por el momento vamos a dejar las cosas aquí, que por hoy ya es lío suficiente. Pero antes de acabar recordemos como despedida otra vez aquel barco griego en la tormenta al que se refirió Aristóteles. Ya que empezamos entre olas y truenos bien podemos acabar lo mismo, para que el capítulo resulte capicúa. El capitán del barco estaba, cuando lo dejamos, en el trance de arrojar o no la carga por la borda para evitar el naufragio. Desde luego tiene orden de llevar las mercancías a puerto, la costumbre no es precisamente tirarlas al mar y poco le ayudaría seguir sus caprichos dado el berenjenal en que se encuentra. ¿Seguirá sus órdenes aun a riesgo de perder la vida y la de toda su tripulación?
¿Tendrá más miedo a la cólera de sus patronos que al mismo mar furioso? En circunstancias normales puede bastar con hacer lo que le mandan a uno, pero a veces lo más prudente es plantearse hasta qué punto resulta aconsejable obedecer... Después de todo, el capitán no es como las termitas, que tienen que salir en plan kamikaze quieran o no porque no les queda otro remedio que «obedecer» los impulsos de su naturaleza. Y si en la situación en que está las órdenes no le bastan, la costumbre todavía menos. La costumbre sirve para lo corriente, para la rutina de todos los días. ¡Francamente, una tempestad en alta mar no es momento para andarse con rutinas! Tú mismo te pones religiosamente pantalones y calzoncillos todas las mañanas, pero si en caso de incendio no te diera tiempo tampoco te sentirías demasiado culpable. Durante el gran terremoto de México de hace pocos años un amigo mío vio derrumbarse ante sus propios ojos un elevado edificio; acudió a prestar ayuda e intentó sacar de entre los escombros a una de las víctimas, que se resistía inexplicablemente a salir de la trampa de cascotes hasta que confesó: «Es que no llevo nada encima...» ¡Premio especial del jurado a la defensa intempestiva del taparrabos! Tanto conformismo ante la costumbre vigente es un poco morboso, ¿no? Podemos suponer que nuestro capitán griego era un hombre práctico y que la rutina de conservar la carga no era suficiente para determinar su comportamiento en caso de peligro. Ni tampoco para arrojarla, claro está, por mucho que en la mayoría de los casos fuese habitual desprenderse de ella. Cuando las cosas están de veras serias hay que inventar y no sencillamente limitarse a seguir la moda o el hábito... Tampoco parece que sea ocasión propicia para entregarse a los caprichos. Si te dijeran que el capitán de ese barco tiró la carga no porque lo considerase prudente, sino por capricho (o que la conservó en la bodega por el mismo motivo), ¿qué pensarías? Respondo por ti: que estaba un poco loco. Arriesgar la fortuna o la vida sin otro móvil que el capricho tiene mucho de chaladura, y si la extravagancia compromete la fortuna o la vida del prójimo merece ser calificada aún más duramente. ¿Cómo podría haber llegado a mandar un barco semejante antojadizo irresponsable ? En momentos tempestuosos a la persona sana se le pasan casi todos los caprichitos y no le queda sino el deseo intenso de acertar con la línea de conducta más conveniente, o sea: más racional. ¿Se trata entonces de un simple problema funcional, de encontrar el mejor medio para llegar sanos y salvos a puerto? Vamos a suponer que el capitán llega a la conclusión de que para salvarse basta con arrojar cierto peso al mar, sea peso en mercancías o sea peso en tripulación. Podría entonces intentar convencer a los marineros de que tirasen por la borda a los cuatro o cinco más inútiles de entre ellos y así de ese modo tendrían una buena oportunidad de conservar las ganancias del flete. Desde un punto de vista funcional a lo
mejor era ésta la mejor solución para salvar el pellejo y también para asegurar las ganancias... Sin embargo, algo me resulta repugnante en tal decisión y supongo que a ti también. ¿Será porque me han dado la orden de que tales cosas no deben hacerse, o porque no tengo costumbre de hacerlas o simplemente porque no me apetece —tan caprichoso soy— comportarme de esa manera?
Perdona que te deje en un suspense digno de Hitchcok, pero no voy a decirte para acabar qué es lo que a la postre decidió nuestro zarandeado capitán. ¡Ojalá acertase y tuviera ya buen viento hasta volver a casa! La verdad es que cuando pienso en él me doy cuenta de que todos vamos en el mismo barco... Por el momento, nos quedaremos con las preguntas que hemos planteado y esperemos que vientos favorables nos lleven hasta el próximo capítulo, donde volveremos a encontrarlas e intentaremos empezar a responderlas.


1. Según el texto que es una costumbre, da 3 ejemplos tuyos.
2. Que son los caprichos, da 3 ejemplos y explica uno
3. Por que crees que la decisión del capitan es acertada, explica
4. Cuando actuas de manera instintiva, da 3 ejemplos.